Magnificente y luminoso es este empeño.
Mil brazos tensos, innumerables fuerzas.
Hilos que cruzan una calle y la juntan a otra.
Miradas aferradas a un resquicio.
Intensidad.
Encuentros.
Abandonos.
Y el ruido expande sobre la atmósfera su cuerpo.
Es gris, es pardo.
Es denso para quien desee penetrarlo.
Concentrado acumula los gritos y la voz siempre aplazada.
Sobre las edificaciones y sobre los árboles,
más alto aun que la cumbre de una montaña,
espeso y vibrante, el ruido...
toda nuestra tensión allí acumulada...
Los rezos, la piedad, la petición última todavía no hecha lenguaje.
Allí a convocatoria, y el recuerdo;
los bordes de un rostro apenas dibujado
Y la conversión, y naturalmente, la duda, el equívoco
También lo ahora pétreo
todos los antiguos libros ahora deshojados
y del paso de otros hombres ni un encuentro ninguna memoria
apenas vestigios inconclusos,
El ruido: esa aspiración a sobrevivir
Y la página todavía prearia, la llena de aberturas, la incendiada
en la vejez
Colmada, llena, sólida está la atmósfera
a través de las ventanas corren y se devuelven en magnífico intercambio
las señales de los vivos y de sus fuerzas; y allí también algo de
aquellos sustraídos al espectáculo
Escucha la antigua voz, ella viene ahora a asegurar el caer:
esa extraña desvetaja, irracional incomprensible hoy, que signa el
estar aquí. La voz, aquella aminorada en el ritmo, escasamente audible
y sin embargo viene, cuida y protege el doloroso descenso...
Y allí donde ella sume en hondura las cosas las deshabita,
en ausencia, vacía y desaloha lo amable.
Pero si en redención no hay dioses, hay un resquicio, un pedazo de
barro adherido a cualquier espacio para llevarnos atrás y adentro,
para decir: He allado lo más propio de mi geografía, se diluye, sí,
se ensombrece cada vez más pero mi brazo se tensa para recuperar el
dibujo de una forma
Y surgen entonces los perfiles de un techo desmembrado y la silueta
de otro erigido, y luego su caída, y luego el erigir... No importa ya
el techo.
Los rostros se suceden, las casas se suceden... Mudanza
Y los hombres reciben viga sobre viga
y adentro, en el fondo de la teierra, se excavan aberturas para sostener
lo habitable, para permitir el cuadro en la pared, el olor, un pedazo
de tela sobre una mesa.
Entre el espesor de las cosas, sobre la solidez de los cuerpos, viajan
los otros: objetos olvidados, gestos, un mirar incompleto que en desvío
señaló una reja. También allí, en desesperada conservación del recuerdo
se asienta una forma de asumir un traje a cuya adecuación exigimos la
presencia de los otros.
La unidad de los olores y la desarmonía... todo
allí preparado para la futura acción
Y esto hace compacta la tierra
Peso que activa nuestra decisión. Gravitar.
Empeño en el proseguir
Y el nudo, esa piedra dura e inevitable que concentra los matices.
Memoria para la esperanza, como si siempre tuviésemos que regresar allí:
centro extraño, inabordable enteramente, propio para todos los regresos,
nudo que ata a lo pripio. Isla. Extraña suerte de atadura que obliga a
volver, como si allí aguardara un origen, inicio de una historia escasamente
conocida. Como si hubiese un principio, una letra inicial que incida sobre
los futuros caminos.
Es ese empezar desde ahí quien permite la elección de una instancia
Es el comienzo que da acceso entre la innumerable condensación de formas,
a un rostro, a un estar...
Tener un rostro:
arquitectura de la obstinación y de la desgarradura
dibujo para un instante
Tener a la mano la piedra dura, el centro,
rescindirla o no
pero tenerla
contra lo fragmentario.
Cielo, tu arco grande
Quise mi casa
aun en medio de la disolución y de la quiebra.
Sus ritmos se acrecientan en mí
cada cosa allí es sagrada
para mi única memoria.
Soy la casa
sus sombras
sus dolores.
Entera mi persona se ha hecho de ella.
Poseo una identidad
un límite
un cuerpo
una estructura en temblor.
*
Ahora que esa casa vuelve a mí
entera
por lo que ahora pierdo
por lo que gano en la reconstrucción
veo mi infancia
y la aojo
en el cántaro de mi alma
para ser lo mismo y otra.
Ella está aquí, nutriendo
regando
cada cosa que sé.
Realmente allí
casi no hubo orfandad
sino riqueza.
...
Hanni Ossott
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