miércoles, 7 de noviembre de 2018

UNA NOVELA DE METRO. 1ªPARTE. Una Semana de Marzo. Capítulo 7.Tengo un calendario en la cartera. Cuando paso un mal día, lo saco, lo miro y pienso que está rodeado


11 de Marzo de 2004, y no estoy muerto.

Todo está ya escrito. Lo puedes leer en la Biblia de Neón. Al pasar sus páginas, tu cabeza se enciende como una cerilla, te iluminas. Porque está todo escrito, todo, y todo es verdad. Si estás vivo o no lo estás, no importa demasiado, solo has de saber que eres mucho mas gracioso muerto. Eres mas guapo y mas elegante muerto. Tienes esa elegancia serena, que vivo eras incapaz de aparentar.

Todo está ya escrito: La espuma en el borde de tu cerveza, el pliegue en la trasera de tu americana, el remolino de tu pelo, todo escrito en la Biblia de Neón.

Los días pasan sin ningún propósito concreto. MONA prefiere tragarse su propio puño antes que ponerse a gritar. El número de vicios crece y el miedo crece. Píldoras abriendo las tapas de una Biblia de Neón.

Piensas que vas a pasear, vas a andar mil millones de pasos y luego caerás fulminado. Pero luego no caes fulminado y tienes que seguir caminando.

Piensas en tí mismo. Un chico del montón nacido en el 70, en el Baby-Boom. En el extra-radio. En la Ciudad satélite. En el barrio. Son los 80. En el colegio nos dicen que somos afortunados: Tenemos casa y padres con trabajo. La fábrica, el colegio subvencionado, calefacción y televisión, el economato de la fábrica. El campo tras la estación eléctrica donde jugamos al fútbol. Terminan los setenta, empiezan los ochenta: ninguno de nosotros llega a los quince años.

Jugamos en descampados donde nuestros hermanos mayores viven deprisa y se chutan. La mitad de nuestros hermanos mayores morirán jóvenes. Todos ellos se quedan en el pasado. Se marchan a un largo viaje y no volverán nunca más. ¿Irse? ¿Porqué? ¿Adonde?

Entonces empiezas a pensar que la muerte es solo una ausencia injustificada.

Los mas afortunados progresan y marchan donde viven LOSDEMÁS. A barrios mejores. Si los amigos se marchan y nunca más los vuelves a ver ¿Que diferencia hay con la muerte?

Otros se quedan. Otros hacen del barrio su territorio, su reino, a veces su imperio. Otros progresan en las leyes de las afueras. Otros se hacen fuertes.


Para entonces ya estamos al final de los ochenta. Y si otros empiezan a agachar la cabeza y pensar en lo que viene. Él no. Él parece haber nacido para deslumbrar al sol... Para quemar. Él siempre quiere más. Siempre. Vamos. Diles que no tenemos miedo a nada, ni siquiera a perder. Díselo al tiempo, a la ciudad, a las escuelas secundarias y a los COWBOYS. Díselo.

Poco después llegó aquel verano, el último. El tiempo empezó a rodar y no se paró nunca más. En la naturaleza cada cosa tiene su ciclo, decía el cura del colegio. Cada cosa tiene su duración. Por lo que puede suceder que un verano que dura diez años acabe en medio minuto. Y no hay nada extraño. Nada que esté equivocado. Así son las cosas. Al parecer. Nos acostumbraremos. No podemos hacer más. Ten el corazón en paz, dice una voz en tu cabeza... Que se jodan, le contesto yo.

Pienso en irme. Lejos. Irme muy lejos. Ahora lo sigo pensando. Pero son momentos. Y duran poco. El hecho es que no sé volar. Esta es la hora mas triste. Cuando no sé adónde ir y olvido mi nombre. Aunque se queda en eso. Por suerte siempre está cerca el bar. Es lo mas lejos que he ido desde entonces y hasta ahora.

Mirando hacia atrás sin ira. Mirando fotos. Allí estoy, con un cigarrillo, los pelos de punta y un ojo pintado. Una mueca. De negro. Un blanco vestido de negro. Un provocador de 15 años que siempre lleva la contraria. Casi no me reconozco. Siempre fumando, como si la vida fuese a durar ese único momento.

Me miro en las fotos: Desesperando en las salas de espera de finales de los 80. Robando libros de bibliotecas públicas, kioskos callejeros o librerías de museos. Robando discos. Colándome en conciertos. Robando tebeos y playboys. Mas tarde Penthouses o Hustlers al ciego del Kiosko del Paseo. Entrando en las tiendas del centro y mirando todo tipo de cosas que brillan. Cines de sesión matinal entre semana. Gastando mi dinero en lo mismo. En lo que puedo. Compro libros, discos, entradas de conciertos, tebeos, playboys, penthouses o Hustlers y entradas de cine. Saltándome clases, colegios, institutos y burlando exámenes. Creyéndome un dios dorado y saliendo a atropellar coches. Todo eso soy yo con 15 años.

Mis amigos de entonces son chicos de barrio que también roban en las tiendas del centro. Pero ellos roban ropa de marca, relojes, carteras y zapatillas CONVERSE. No entienden que yo robe libros. No entienden esa música tan rara. No entienden que me gaste el dinero en las sesiones matinales de los cines de la Vaguada. O que ahorre para un concierto. No entienden mi ojo pintado. Yo les digo que soy un Punk. Son tipos rudos que se sonrojan si les digo que me gusta la literatura. Que me gusta la pintura. La Poesía. Se sienten incómodos. Saben que me gustan las chicas, pero les avergüenza que diga esas mariconadas. Se sienten amenazados. Son finales de los 80, somos tipos duros de barrio.

Me respetan. Incluso me protegen. Soy su esperanza blanca. Ellos creen en mí. Yo no. Yo no creo en mí. Tampoco creo en ellos. En eso no he cambiado nada. Creo que salí con defecto de fábrica.

Sin rencor. Mirando hacia atrás sin ira. Mirando fotos. Un cigarrillo Camel, la camisa por fuera, los pelos de punta, un ojo pintado y una bolsa con discos. Un libro en casa junto a la cama, un cuaderno, un cenicero, una cámara, un lápiz, varios rotuladores, papel. A veces los ojos verdes. A veces lo que todavía SOY.

A veces ponía mis manos tapando mis orejas y esperaba hasta que llegaba el silencio. Un silencio que a mí me parecía amarillo. Por las mañanas, en horario escolar, mientras los jóvenes de nuestra edad se dedicaban a estudiar o a robar o a drogarse o a prostituirse, yo empecé a frecuentar los videoclubs del barrio y de los barrios vecinos, intentando encontrar las películas perdidas de Ginger Lynn, una actriz porno de la que me había enamorado y cuyas escenas empezaba a memorizar.

Me dijeron que no debemos volver a los lugares donde fuimos felices y no lo creí. Me dijeron muchas cosas y después me di cuenta que casi todo lo que te cuentan es filosofía del perdón. Todos añoran la infancia. Están todos locos. Es imposible volver a repetir la receta de la infancia. Todos los sabores, los olores, las impresiones y todo lo demás, ya no es lo mismo. El invitado sin derecho a silla, eso es lo que eres. Será mejor que no lo intentes. La mezcla peligrosa es la mezcla dudosa. Y la infancia siempre será la de otro, aunque sea la tuya. Aunque seas tu el de la foto, el de la boca sucia, el de la camiseta con la marca de espiga, el de las heridas en las rodillas y el pelo mojado. Aunque recuerdes ser el vaso de leche merengada y el envoltorio de un pastel en el suelo, ya no lo eres, aunque lo quieras ser.

Tenía quince años, y le dije a la niña mas guapa de sus dieciséis: "Hay una fiesta en tu boca, y estoy llegando" Y la besé. Me mordió la lengua y luego salió corriendo, riendo. No es gracioso. No, no lo es.

Me pregunto cómo comenzó todo. Y luego, mas tarde, me pregunto cómo acabará. El final está al otro lado, porque un poco después todo cambió: La fábrica a tu espalda se declaró en quiebra y ahora es una urbanización, la película de la cámara se veló, y la copia de la foto está velada. El sabor envuelto en hojas de pino ya hace tiempo que se sustituyó por los detergentes de diseño, en la cuesta abajo corriendo, rodando en la hierba delante de la casa grande. El final de los veranos y los principios del invierno saben ahora a celebración de bar y no a chocolates o caramelos SUGUS. Este es el sabor que deseas y no tiene vuelta. Por nunca jamás. Eran los 80. era una época pasada.

Tengo un calendario en la cartera. Cuando paso un mal día, lo saco, lo miro y pienso que está rodeado.



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