1. Tomar una o varias
porciones de caos (muy pequeñas) y transformarlas en un mínimo universo.
2. Como en las artes
marciales en las que se aprovecha la fuerza del adversario, utilizar los
conocimientos del lector, que sabe más de lo que cree.
3. Trabajar con la
materialidad del texto. Por ejemplo, en el brevísimo "Huyamos, los cazadores de
letras est-n aq--".
4. Azotar las
palabras hasta conseguir que se agrupen en un rebaño ordenado. Tener el corral
preparado de antemano.
5. Tejer lo
fantástico y lo cotidiano en una sola trama. O no. Cortar lo que sobra.
6. Tallar la primera
versión como una piedra en bruto, hasta obtener un diamante facetado. Si no es
posible librarse incluso de la más mínima imperfección, tirar la piedra a la
basura, sin piedad.
7. Si se ha
conseguido atraparlo, es que está mal. Un buen cuento brevísimo resulta tan
inasible y resbaladizo como cualquier pez o cualquier buen texto
literario.
8. A veces no hace
falta inventarlos, basta con descubrirlos, incrustados en otros textos,
brillando.
9. Prueba de calidad:
cuando es realmente bueno, muerde.
10. Ser breve. Y,
preferiblemente, también genial.
11. Si se trata de
proponer consejos, instrucciones o reflexiones sobre el oficio, que nunca sean
diez.
ANA
MARÍA SHUA, recogido en Ciempiés: Los microrrelatos de Quimera, editores
Neus Rotgers y Fernando Valls, Editorial Montesinos, 2005, pág. 141
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