Yo mismo.
Un chico del montón nacido en el 70, en el Baby-Boom. En el extra-radio. En la Ciudad satélite. En el barrio.
En el barrio nos dicen que somos afortunados: Tenemos casa y padres con trabajo. La fábrica, el colegio subvencionado, calefacción y televisión, el economato de la fábrica. El campo tras la estación eléctrica donde jugamos al fútbol. Son finales de los setenta, empiezan los ochenta: ninguno de nosotros llega a los quince años.
Jugamos en descampados donde nuestros hermanos mayores viven deprisa y se chutan. Todos nuestros hermanos mayores mueren jóvenes. Todos ellos se quedan en el pasado. Se marchan a un largo viaje y no volverán nunca más. ¿Irse? ¿Porqué? ¿Adonde?
Entonces empecé a pensar que la muerte era solo una ausencia injustificada.
Los mas afortunados progresan y marchan donde viven LOS DEMÁS. Si los amigos se marchan y nunca más los vuelves a ver ¿Que diferencia hay con la muerte?
Otros se quedan.
Otros hacen del barrio su territorio, su reino, a veces su imperio.
Otros progresan en las leyes de las afueras.
Otros se hacen fuertes.
Para entonces ya estamos al final de los ochenta.
Y si otros empiezan a agachar la cabeza y pensar en lo que viene.
Él no. Él parece haber nacido para deslumbrar al sol... Para quemar
Él siempre quiere más. Siempre. Vamos. Diles que no tenemos miedo a nada, ni siquiera a perder. Díselo al tiempo, a la ciudad, a las escuelas secundarias y a los cowboys. Díselo.
Poco después llegó aquel verano, el último. El tiempo empezó a rodar y no se paró nunca más. En la naturaleza cada cosa tiene su ciclo, decía el cura. Cada cosa tiene su duración. Por lo que puede suceder que un verano que dura diez años acabe en medio minuto. Y no hay nada extraño. Nada que esté equivocado. Así son las cosas. Al parecer. Nos acostumbraremos. No podíamos hacer más. Ten el corazón en paz, dice una voz en mi cabeza... Que se jodan, le contesto yo.
He pensado en irme. Lejos. Irme muy lejos. Alguna vez lo pienso. Pero son momentos. Y duran poco. El hecho es que no sé volar. Esta es la hora mas triste. Cuando no sé adónde ir, olvido mi nombre. Aunque se queda en eso. Por suerte siempre está cerca el bar.
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