sábado, 15 de junio de 2013

AIDA


Aida nació en 1988, en una familia acomodada, intelectual y comprometida con muchas causas.
Su padre, Radwan Alkashef, que falleció siendo ella una niña, fue uno de los directores de cine egipcio más comprometidos. Su madre, Azza Kamel, es una activista feminista y experta en desarrollo.
A Aida no le interesaba la política. Veía a los comprometidos en la militancia política como a gente que pierde su energía de una manera inútil. Pensaba que podrían mejorar la sociedad si se comprometían a través de otras herramientas más creativas.
Decidió estudiar cine, se gradúa en Dirección Cinematográfica y re-abre la oficina cerrada de su padre para que funcione como una productora.
La conozco desde que era niña por la relación que mantengo con su familia. Siendo estudiante en el Instituto de Cine, fue alumna mía en varios talleres que organicé en El Cairo, y de esta forma nuestra relación se estrechó.
Estalla la revolución el 25 de enero de 2011 y ella participa de manera muy activa desde el primer momento. El día 28 de enero los manifestantes ocupan la plaza Tahrir. Aida, con un grupo de amigos, monta una de las primeras tiendas de campaña en la plaza en la que cuelgan la pancarta "Media Center". Llevan cámaras y documentan lo que está pasando para contarlo al mundo.
Dos días después, la noche del 2 al 3 de febrero, el famoso día de "la batalla de los camellos y los caballos" y de asedio a la plaza, cayó dormida en el suelo a las 4 de la mañana. Media hora después, unos hombres gritaban a lo lejos: "Dios es grande". Pensábamos que los que nos atacaban habían conseguido invadir la plaza. La desperté: "Aida, levántate, han entrado". Pegó un brinco con la cámara en la mano y se puso a grabar sin saber hacia dónde dirigirla y preguntándome "¿Dónde? ¿Dónde?"
Al final fue una falsa alarma que pretendía que la gente no se durmiera.
No abandonó la plaza hasta la caída de Mubarak. Tampoco abandonó su sonrisa y su estilo alegre con el que siempre esconde el cansancio.
La joven que despreciaba la militancia política se convierte en una de las personas más activas en la revolución. Durante dos años participa en todas las protestas, documenta con su cámara los enfrentamientos, participa en la formación de grupos y colectivos nuevos, y siempre está donde hay peligro.
La detienen una vez por difundir en las calles un manifiesto contra el Ejército, la sueltan horas después y ella sigue bromeando.
A veces parece como si, para ella, la revolución fuera una broma larga y la estuviera viviendo a tope. Pero la cara alegre empieza poco a poco a perder la sonrisa y a expresar a veces cansancio y desesperación.
Cuando salió el sol, tras esa noche tan larga de febrero, dábamos un paseo por la plaza y me dijo:
- Estamos ganando el tercer nivel de la PlayStation.
- No sabía que estábamos jugando a la PlayStation, pero, ¿cuáles son los otros dos niveles que hemos ganado?
- El primero fue el de los antidisturbios y la policía secreta. El segundo fue el del Ejército y este es el tercero.
- Jajaja... Pero no hemos ganado el segundo, nos lo hemos saltado.
Aida usó el lenguaje de su generación, la de aquellos que no paran de jugar hasta matar al monstruo. En ese momento no sabíamos que los niveles pueden ser eternos: policía, servicios secretos, Ejército, delincuentes comunes, el arma del aburrimiento, los discursos sentimentales, el control directo del Ejército, el poder del dinero y de los medios de comunicación, masacres, asesinatos, detenciones, juicios militares, pruebas de virginidad, el caos, la ausencia de ley, el hambre, los islamistas, las milicias, etc.
Entre todos esos niveles hay uno muy peligroso, el de los acosos sexuales colectivos durante las protestas y en la misma plaza. Aida fue víctima de uno de ellos un día del pasado diciembre, cuando se metió en una aglomeración para intentar salvar a otra chica que no conocía.
Aida y su generación siguen descubriendo nuevos niveles de la PlayStation pero todavía no han llegado hasta el monstruo para matarlo.
Basel Ramsis

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