Al inicio de la película, tenemos el juego epistolar del envío y la duda del destinatario o la desaparición del remitente. La única manera que una carta tenga una dirección -remitente y destinatario a la vez- es que alguien se auto envíe una carta. Gesto absurdo, pero que pareciera flotar durante todo el film al producirse una serie de identificaciones univocas entre los personajes, ambos cineastas que tienen una visión completamente diferente de sus propios trabajos, pero que se unen bajo inquietudes autodestructivas de poeta maldito. El recurso de la carta, aquí funciona como el detonante de toda una historia basada en la absorción y fascinación del tiempo en la imagen fílmica, absorción y fascinación que descubren los dos personajes principales de manera paralela y bajo el dominio narrativo de quien se apodera del relato. En este caso la carta es reemplazada por una cinta 8mm y un casette de audio. La ficción de la escritura es reemplazada por la narración de imagen y la voz de la cinta-carta se traspasa directamente al espectador de tiempo obligado –para continuar la idea de Aumont- introduciéndonos a la visión parcial de José Sigrado, destinatario de la epístola audiovisual. El tiempo de lectura de la epístola que se toma el destinatario, es el tiempo del film, y nuevamente la invitación a subsanar la obligación temporal es asumida desde la suplantación –o confusión- entre espectador y personaje. Esta relación epistolar no es solo una forma del tiempo, sino que imbrica la historia y se transforma en una constante perturbación que no solo rompe la linealidad del relato, sino que evidencia los estados alterados de la percepción, dado por la heroína y la cocaína, en la que se sumergen los personajes. Si bien el autor de la carta desaparece y lo hace al estilo de un escritor con la duda como desaparecer completamente escribiendo, dejando huellas.
Resumamos lo que Pedro le cuenta a José en la cinta de casette y en la bobina de super8: nada más ni nada menos que está siendo devorado fotograma a fotograma en diferentes sesiones por su cámara cinematográfica. ¿Cómo le va devorando? El tomavista cinematográfico graba la siguiente escena: Pedro se tumba a dormir enfrente de la cámara y ésta se dispara sola e inicia la grabación. Pedro al revelar la película lo único que ve son unos fotogramas rojos. Fotogramas rojos que van en aumento en cada sesión de grabación. Cámara vampira que en cada grabación chupa la sangre de Pedro. O por lo menos eso es lo que él cree, tal y como se lo cuenta y nos lo cuenta su prima Marta.
Marta: “Convertir una peladura en unos vampiros que vienen y te chupan la sangre… ¡Pedro, puede ser peligroso! Tú te has fijado cómo estás, cómo está todo… Tú sabes que yo no voy a dejar que venga mañana ésta y te devore cual mantis religiosa”.
¿Qué puede ser peligroso? No parece ser el hecho de que la cámara sea un vampiro, sino el llegar a pensar y, además, creer que la cámara de cine es una cámara vampiro que le está chupando la sangre. La exclamación de Marta deja en evidencia que esos hechos que su primo le ha narrado carecen de lógica, o que están más cerca de la locura que de la cordura, dejando en evidencia una quiebra con la realidad. De ahí que las siguientes palabras que Marta pronuncia hagan referencia a la relación de su primo con la realidad, o mejor, con la pérdida de interés por ésta: “Tú te has fijado cómo estás, cómo está todo…”
Y esto no debería sorprender porque Pedro ya lo había contado: “De nuevo sentía un ritmo. Mi ritmo. Aislarse y renunciar a la gente volvía a ser encantador. Y el cine y yo volvíamos a ser cómplices. […] La noche no había estado mal, ahora era yo quien no estaba para ciertos trotes. Y de nuevo perdí el hilo, todo el hilo, no tenía fuerza ni para llorar cuatro días, ni para sobrevivir un minuto más…”.
“Cada cual procura, sin que nadie se lo haya indicado, mantener su tiempo. En cualquier situación. En acontecimientos, emociones, aventuras, de la misma manera que en temporadas frías, lugares tórridos, le hace falta mantener igualada su temperatura. (…) Basta con tocar ligeramente un punto concreto del hipotálamo para que se acelere espectacularmente el tiempo de un individuo que, sin predisposición alguna, por la aceleración incontrolable del pensamiento, de las impresiones, de las imágenes, de la palabra y de muchas funciones mentales, se pondrá como un loco, presentará todos los sintomas de la psicosis maniaca. Ciertos medios, preocupaciones prolongadas, cambios hormonales pueden también provocar este cambio.” Henri Michaux en estudios sobre pintura.
En Arrebato, la pausa, el éxtasis, no se puede conseguir a través de las grabaciones y proyecciones de la realidad de la casa familiar, ni de la realidad del mundo.
Pedro: “Por fin llegó un día en que no tenía nada nuevo que ver, que me sorprendiese o maravillase, ni fuerzas para filmar, ni nada, mi voz se había agravado y mi aspecto también. La última película me había salido negra, la cámara me la utilizaban los demás. Y yo no la quería ni ver, sólo quería olvidarme de mi cine y, tal vez, suicidarme. ?Qué había sido de tanto éxtasis, magia y arrebato! De aquel estado de gracia que iba a recuperar, donde estaban mis puntos de fuga. No me lo podía ni plantear. Lo había cargado todo. Me despegué y eché a todos”.
Tras oír las palabras de Pedro, comprobamos que la realidad se le ha resquebrajado, se ha agujereado penetrando en ella lo real. Entendiendo lo real como la otra cara de lo imaginario, lo ininteligible, aquello que deja en evidencia que la realidad no está hecha a nuestra imagen especular imaginaria. Incapaz de representar la realidad, como legible, lo real, lo ininteligible, de la realidad aparece como algo imposible de representar. Metafóricamente Pedro lo expresa muy bien: “La última película me había salido negra”. Por tanto, en la película Arrebato a Pedro, ante lo real que irrumpe en la realidad, sólo le queda ser atrapado por la cámara cinematográfica.
“Es como si la cámara se hubiese negado a fotografiar. Sabía que algo había pasado, aquella película me devolvía mi fuerza. Inmediatamente supe que no quería otra cosa que aquello y en más cantidad… Sólo quería más de eso. ¿Y qué era eso? De nuevo recuperaba rápidamente los nuevos viejos hábitos. De nuevo sentía un ritmo, mi ritmo. Aislarse y renunciar a la gente volvía a ser encantador. Y el cine y yo volvíamos a ser cómplices. ¿Aunque cómplices de qué? Eso no estaba nada claro. Aquel fotograma rojo. ¿Era una coincidencia o se trataba de una incompatibilidad entre la película y mi arrebato? Por otro lado, ni yo había elegido el tema a filmar, ni me extasiaba lo más mínimo verme dormir en la proyección. (…) El placer estaba del otro lado. Y yo me sentía tan bien, que volvía a esperar otros cuatro días, muerto de curiosidad por ver una nueva mancha roja. (…) No tenía nada que temer…sólo tenía que entregarme. Me poseían, me devoraban. Y yo era feliz en la entrega; como ante semejante pasión, total y arrebatadora. Yo siempre había sabido que yo y el cine planeábamos algo especial basado en confianzas mutuas o más bien, en mi caso, en idolatrías totales. Pero había sido necesario estar al borde del abismo para enterarse de lo que pasaba. Era cuestión de dejarse hacer más que hacer”
Lo real desintegrando el tejido de la realidad. Y lo real que desintegra la realidad de la casa familiar y de la existencia de Pedro tiene que ver con el transcurrir del tiempo. Pedro intenta paralizar el tiempo, alcanzar la “plena pausa” con la cámara cinematográfica. Un acto imposible: no hay pausa en el tiempo. El saber de la experiencia humana consiste en sentir que el tiempo avanza hacia la muerte. No encontrar sentido a esa experiencia, será sentir, al igual que el protagonista de Arrebato, la vida y el tiempo como un “mundo extraño”.
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