lunes, 2 de noviembre de 2009

Menos que nada


De pequeña, deseaba convertirme en Dios. Enseguida comprendí que era pedir demasiado y agüé con un poco de agua bendita mi vino de misa: sería Jesús. Rápidamente, me di cuenta del exceso de mi ambición y acepté "hacerme" mártir cuando fuera mayor.
Adulta, me propuse ser menos megalómana y trabajar como intérprete en una empresa japonesa. Por desgracia, aquello era demasiado bonito para mí y tuve que descender en el escalafón hasta convertirme en contable. Pero no existía freno para mi fulminante caída social. Así pues, fui destinada a la categoría de menos que nada. Por desgracia - tendría que haberlo sospechado -, menos que nada todavía era demasiado para mí. Y fue entonces cuando recibí mi último destino: limpiadora de retretes.

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Amélie Nothomb

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