Bueno, Frank se instaló en el Valle y colgó, sus años salvajes, en un clavo que introdujo en la frente de su mujer. Vendía muebles de oficina usados en la Carretera de San Fernando. Pidió un préstamo de 30.000 dólares al 15% y pagó la entrada de una pequeña casa con dos habitaciones. Su esposa era un pedazo de chatarra usada, pero hacía buenos “bloody marys”, con la boca cerrada casi todo el tiempo. Tenían un pequeño chihuahua llamado Carlos que tenía una enfermedad en la piel y estaba totalmente ciego. Tenían una cocina de lo más moderna, con horno autolavable (el lote completo). Frank conducía un pequeño Sedan. Eran muy felices. Una noche en que Frank volvía a casa del trabajo se detuvo en la tienda de licores. Cogió un par de botellas de Mickey’s Big Mouths. Se las bebió en el coche de camino a la gasolinera. Llenó una lata de cuatro litros. Condujo hasta casa, lo roció todo y le prendió fuego. Aparcó al otro lado de la calle, riendo, viéndola arder, toda anaranjada como una calabaza de Halloween. Después Frank puso una emisora con los éxitos del momento y se metió en la Autopista de Hollywood, se dirigió al norte. Nunca pudo soportar a aquel perro.
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