Final mafioso
Al final de Goodfellas, la película de Martín Scorsese, Henry Hill, el personaje protagonista que interpreta Ray Liotta, declara contra sus compañeros gángsteres y mafiosos e inicia un programa como testigo protegido. De las calles de Long Island en Nueva York presentes en toda la película, la cámara pasa a una urbanización en medio de ningún lugar. Entre las múltiples casas iguales con jardín aparece de nuevo Henry Hill. Sale a recoger el periódico en albornoz mientras su voz de fondo, como narrador, dice: “Nada más llegar aquí pedí spaghetti con salsa marinara y me mandaron macarrones con ketchup. Soy un don nadie. Y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas”*. En cuanto acaba la frase empieza a sonar la versión que, después de dejar a los Sex Pistols, Sid Vicious grabó de My Way y de la que, en una especie de primitivo video-clip, Sid Vicious acaba su interpretación disparando contra el público.
Es curioso el ligamen que traza Martin Scorsese entre un gángster, la mafia y el punk, al poner a Sid Vicious cantando al final de una película de gángsteres y mafiosos justamente My Way, cuya más célebre interpretación es la de Frank Sinatra. Como si en realidad de lo que quisiese hablar en Goodfellas no fuese tanto de la mafia como del precio de la rebeldía. Al fin y al cabo, rebobinando, la película empieza con toda una declaración de intenciones del protagonista: “Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un gángster”*. Como si la cosa se redujese entre ser poli o gángster, estar por el orden o por el desorden.
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de David G. Torres, crítico de arte.
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