domingo, 23 de noviembre de 2025

¿Quién te venderá mañana?



¿Quién te venderá mañana?

Solo te pueden vender los más cercanos. Solo vendes algo cuando lo ganas y lo tienes, lo posees. A Jesús le vendió su compañero más fiel, a quien no le hacía falta el dinero. Lo vendió porque podía.

Quien no te conoce no te puede vender. 

Lo humano es así: Te acercas por curiosidad y luego lo devoras todo y a todos. Por que puedes.

Hay tiempo para todo



Hay un tiempo para burlarnos y otro para que se burlen de nosotros, como hay un tiempo para beber cocktails y otro para vomitarlos.

Una soledad demasiado ruidosa




Al pie de esta montaña —hasta donde nunca había llegado en el transcurso de los últimos seis meses— el papel viejo se pudría lentamente como las raíces en las aguas pantanosas, exhalando aquel empalagoso tufo de queso casero olvidado en la olla durante medio año; el papel mojado y prensado por el peso del montón había perdido su color original, había adquirido un tono gris matizado de café con leche, y compacto como el pan seco. Trabajé hasta bien entrada la noche y me refrescaba sacando la cabeza por el patio interior, y a través de aquella chimenea de cinco pisos miraba, como el joven Kant, un fragmento del cielo estrellado; después, tomando el asa de la jarra, a cuatro patas y con paso inseguro, subía la escalera y, tambaleándome, me dirigía a la taberna, compraba cerveza y volvía a bajar a tres patas a mi madriguera donde, sobre la mesa, a la luz de la bombilla, tenía abierto el libro Teoría general del cielo de Immanuel Kant... En el silencio de la noche, cuando los sentidos reposan calmados, habla un espíritu inmortal en un lenguaje difícil de designar, compuesto de conceptos, que es posible comprender pero imposible describir... Estas frases me afectaron de tal manera que me fui corriendo a sacar la cabeza al patio abierto para mirar el fragmento de cielo estrellado y sólo después continué cargando el papel asqueroso a la prensa con una horca, un papel lleno de familias de ratitas envueltas en una especie de algodón, de telaraña; de hecho los que trabajan con papel viejo no son humanos, de la misma manera que tampoco lo es el cielo, yo ya sé que alguien lo tiene que hacer, pero en el fondo mi trabajo se reduce a una matanza de inocentes, tal como la pintó Pieter Brueghel, la semana pasada envolví todas las balas con la reproducción de ese cuadro, hoy, en cambio, me iluminaba el amarillo y el dorado de los Girasoles de Van Gogh, de sus círculos y sus puntos, y este resplandor acrecentaba mi sentido de lo trágico. Así trabajaba, adornando las pequeñas tumbas de los ratoncitos, y de vez en cuando me iba a leer un fragmento de la Teoría general del cielo, cada vez tomaba una frase y la saboreaba como si fuese un caramelo de menta. Me inundaba la grandeza desmesurada y la infinita pluralidad, me invadía la belleza, la belleza caía sobre mí como un riego, de todos lados, el cielo visto a través del agujero del patio interior encima de mi cabeza, los combates y las guerras de dos clanes de ratas en las alcantarillas bajo mis pies, ante mí, en fila india, como un tren de veinte vagones, veinte paquetes iluminados por el centelleo de los girasoles; la máquina con su gran fuerza horizontal chafaba los ratoncitos silenciosos que no decían ni pío, como cuando les agarra un gato cruel y juega con ellos, y es que la misericordiosa naturaleza ha inventado el horror, es el horror que hace fundir los plomos, él, más fuerte que el dolor, envuelve a quien visita en el momento de la verdad. Todo eso me dejaba admiradísimo, súbitamente me sentí santificado, embellecido por dentro, por haber tenido el valor de soportarlo, por no haber perdido el juicio entre todas las cosas que veía y experimentaba en cuerpo y alma, aquí, en mi soledad demasiado ruidosa, me daba cuenta con estupefacción que este trabajo me había introducido en el campo infinito de la omnipotencia. Sobre mi cabeza brillaba una bombilla, los botones verde y rojo ponían en movimiento el cilindro de la prensa, hala, hala, ahora voy, ahora vuelvo, y yo, al fin y a la postre, llegué al pie de la montaña, tuve que coger una pala y, al igual que los excavadores de zanjas, ayudarme con una rodilla para poder vencer el papel convertido en una especie de arcilla. La última pala llena de aquella materia pegajosa y húmeda; me sentía como un limpiador de alcantarillas, trabajando en el profundo abismo de una cloaca abandonada. Deposité allí la Teoría general del cielo, abierta; até el paquete con alambres, el botón rojo interrumpió la presión y soltó el paquete hecho; lo arrastré a la cola, a la fila de sus compañeros gemelos, me senté en un peldaño, mis manos colgaban sobre el suelo de cemento mientras veintiún girasoles iluminaban la sombría penumbra de mi cueva.

Somos el reflejo



Los espejos deberían pensárselo dos veces antes de devolver una imagen. 

La única cosa totalmente nuestra, nuestra imagen, en realidad es todo menos nuestra. Nuestra imagen es de los demás y a nosotros solo nos pertenece la fe en lo que el espejo nos devuelve. Creer en nuestro reflejo ya es apostar por un mundo imaginado, confiar en el criterio ajeno y dar por cierto lo que te cuentan, incluso de ti mismo.



OSCURIDAD


Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.

El brillante sol se apagaba, y los astros

Vagaban apagándose por el espacio eterno,

Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra

Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;

La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,

Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror

De esta desolación; y todos los corazones

Se congelaron en una plegaria egoísta por luz;

Y vivieron junto a hogueras - y los tronos,

Los palacios de los reyes coronados - las chozas,

Las viviendas de todas las cosas que habitaban,

Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron,

Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas

Para verse de nuevo las caras unos a otros;

Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo

De los volcanes, y su antorcha montañosa:

Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;

Se encendió fuego a los bosques - pero hora tras hora

Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos

Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza

Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto

Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían

Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban

Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;

Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban

Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba

Con loca inquietud al sordo cielo,

El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez

Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,

Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,

Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,

Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes

Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron

Y se enroscaron entre la multitud,

Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:

Y la Guerra, que por un momento se había ido,

Se sació otra vez; - una comida se compraba

Con sangre, y cada uno se sentó resentido y solo

Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;

Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte,

Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo

Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres

Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;

El magro por el magro fue devorado,

Y aun los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,

Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo

A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,

Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían

Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,

Sino que con un gemido piadoso y perpetuo

Y un corto grito desolado, lamiendo la mano

Que no respondió con una caricia - murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos

De una ciudad enorme sobrevivieron,

Y eran enemigos; se encontraron junto

A las agonizantes brasas de un altar

Donde se había apilado una masa de cosas santas

Para un fin impío; hurgaron,

Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas

En las débiles cenizas, y sus débiles alientos

Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama

Que era una burla; entonces levantaron

Sus ojos al verla palidecer, y observaron

El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -

De su propio espanto mutuo murieron,

Sin saber quién era aquel sobre cuya frente

La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío,

Lo populoso y lo poderoso - era una masa,

Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -

Una masa de muerte - un caos de dura arcilla.

Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,

Y nada se movía en sus silenciosos abismos;

Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,

Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían

Dormían en el abismo sin un vaivén -

Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,

Antes ya había expirado su señora la luna;

Los vientos se marchitaron en el aire estancado,

Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba

De su ayuda - Ella era el universo.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Tal vez en democracia



Teocracia, aristocracia, meritocracia, dedocracia, talasocracia, socialdemocracia, oclocracia, mesocracia, hierocracia, ginecocracia, fisiocracia, falocracia, burocracia, autocracia, bancocracia, timocracia, cleptocracia, plutocracia, tecnocracia y DEMOCRACIA ?

50 años de la muerte del asesino y todavía le siguen aplaudiendo.