Todos nosotros, que vivimos en el presente, estamos vinculados con el porvenir mediante metas, ideales, pronósticos e, incluso, utopías que, en cierto sentido, dirigen nuestra actividad cotidiana. Todos estos proyectos pueden cambiar o modificarse, por supuesto, en uno u otro grado. Se puede someter a crítica cada uno de ellos, demostrar sus errores o falsedades, pero para la gente que no estudia historia, sino simplemente vive en ella, estos ideales y pronósticos tienen gran importancia porque son una parte integrante de su existencia histórica. Precisamente la presencia de estos proyectos dirigidos hacia el futuro nos hace mirar al pasado no sólo con los ojos de las generaciones anteriores, sino con nuestros propios ojos. Nuestras ideas sobre el futuro influyen en cómo percibimos el pasado y de qué manera vivenciamos el presente. Esta capacidad de futurición es una de nuestras máximas posibilidades, tanto respecto a nosotros mismos como a la historia, es justamente lo que nos permite decir doy tiempo al tiempo. Carl Jaspers dijo alguna vez que el rechazo al futuro tiene como consecuencia la visión del pasado como algo acabado que por sí mismo ya no es cierto; sin la imagen del futuro es imposible tener conciencia filosófica de la historia. Según Reinhart Koselleck (1993: 142), “el antes y el después constituyen también el horizonte de sentido de una narración (histórica) –veni, vidi, vici–, pero sólo porque la experiencia histórica de aquello que va a producir un suceso está insertada ya siempre en la necesidad del curso del tiempo”.
Mijaíl Málishev Krasnova, Pedro Canales Guerrero La aceleración de la historia y la reducción del presente Ciencia Ergo Sum, vol. 7, núm. 1, marzo, 2000 Universidad Autónoma del Estado de México México
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