Retirado en el campo tras la muerte de su hija Tulia, Cicerón, invadido por la tristeza, se escribía a sí mismo cartas de consuelo. Lástima que se hayan perdido y, más aún, que esa terapéutica no se haya convertido en algo corriente. Cierto es que si hubiera sido adoptada, las religiones habrían fracasado desde hace tiempo
Emil Cioran en "Ese maldito yo"
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