jueves, 9 de abril de 2020

Sitios



Rosi es una mosca.

Donde el sujeto es Rosi en este bonito enunciado
-obsérvese la carga retórica del núcleo del complemento circustancial-
y ahora, un pleonasmo:te echo tanto de menos. Joder. Joder. Joder.

Rosi es la pata de la silla.
El cubo de basura.
Las manchas de tabaco en los dientes.
Las tripas del pescado; el pedal de embrague; las cremalleras de la ropa.
Las frases sin un sólo verbo.
Rosi ahora lo es todo. Pero también es nada.

Cuando el agua nos llegó a los tobillos
Rosi me metió el dedo en un ojo
y sacó de allí un sombrilla y un faro, a lo lejos
y arena, mucha arena
y un pájaro.

Cuando el agua nos llegó a los ombligos Rosi me dio el último beso.
Me lo dijo: este es el último beso.
Y no la creí.
Pensé que Rosi tenía dentro un almacén
lleno de besos
que fabricaba en horario nocturno junto al muelle
porque de día trabajaba en una copistería.

Cuando el agua me llegó al cuello Rosi y su maleta
eran como esas hormigas que se ven desde lo alto del
Empire State Building.
Nadie me pasa ya la sal.
Rosi es nadie. Una hormiga. Un punto y final
debajo de un paraguas.

Los martes estoy triste de siete a siete y media de la tarde.
El resto del tiempo soy feliz.
Mis hijos van a la universidad y hay un topo en el jardín
al que persigo desde octubre
porque se come los geranios.
Pero los martes, todos los martes a las siete pienso en Rosi.
En su pelo naranja y sus mil constelaciones y en su
pastel de nuez y fresas
y en su
manera de abrocharse los cordones.

Billy MacGregor

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