Encuentro un resguardo del guardarropa de Voltereta del año 89, en el bolsillo de un abrigo que hace treinta años quedó olvidado en un armario de la casa de mis padres. El abrigo ya no me vale, porque ahora soy mucho más ancho y más alto y soy otra persona.
Voltereta estaba debajo de las escaleras de la plaza de los cubos, y en realidad eran dos salas unidas con una misma entrada. A la izquierda Voltereta y al derecha Ketal. La música era tan moderna como el público que acudía. La modernidad madrileña de finales de los ochenta y la nueva generación de adolescentes que hacían de la noche de Madrid un mundo nuevo a explorar. Todos vestíamos de negro y nos pintábamos los ojos y jugábamos con el pelo levantándolo en crestas imposibles, aunque a veces yo me vestía de rosa y me peinaba a lo romano, haciendo mi contra de la contra.
No creo que haya habido otro sitio donde yo me haya divertido tanto, ni donde me haya enamorado tantas veces. Yo, y mis amigos y mis novias de finales de los ochenta y principios de los noventa. En Voltereta, Cambalache, Sala Universal, Brujas, Mondino y otras tantas salas donde escuchabas todo el Punk y luego a Depeche y the Cure y a Front 242, Nitzer Ebb y Sister of Mercy y Bauhaus y mucho más.
Después empezamos a bailar. Llegaron los 90.
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