Las ciudades se llenan de gente. Las casas se alquilan y se venden y se llenan de vecinos, inquilinos y visitas. Los hoteles siempre están completos y los huéspedes inundan las calles y los comercios y los espacios públicos practicando turismo. Los trenes se llenan de viajeros tanto de ida como de vuelta, desde primeras horas de la mañana y hasta la medianoche. Los cafés apestan a café con leche incluso de noche, llenos de consumidores que pasan del churro a la caña y al gintonic según esté de alto el sol. Todo está lleno: Las escuelas, las iglesias, los merenderos, el baño público, los museos, los campos de fútbol, las salas de concierto, el corte inglés, el primark, las pistas de padel, el confesionario, el dentista, los restaurantes, la sala equis, una clase de yoga, el concesionario de coches, el parquímetro, la universidad, la macrodiscoteca. La carretera que te lleva a la playa siempre está atascada y desde la televisión te advierten de millones de desplazamientos antes de salir. La playa estará llena y el agua caliente y luego la vuelta será complicada porque ya te han dicho que si millones van, millones tendrán que volver. Y así una y otra vez. Todo está lleno. Todo es una sala de espera, todo está lleno de gente esperando, a veces enfermando. Lo que antes no era un problema, empieza a serlo casi de continuo: Encontrar sitio.
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