domingo, 1 de abril de 2018

El espacio es una consecuencia del tiempo


Hay un momento en la vida en que nuestros cansados ojos marcados por el trabajo, por las decepciones, por el amor, siguen buscando inquietos, buscado ansiosamente algo de la vida que, mientras esperamos, se ha ido ya; que se ha ido, sin ser visto, en un susurro, junto con la juventud, con la fuerza, con la fantasía de las ilusiones. Así entendía Joseph Conrad (1857-1924) el infatigable paso del tiempo, pero hay un breve momento, una delgada línea, que separa la alegría y el ardor de la juventud de la desengañada perspectiva de la edad adulta. A ese momento en que caminando con el tiempo advertimos que habrá que dejar tras de nosotros la región de nuestra primera juventud, Conrad le dedicó un libro, La línea de sombra (1915) cuyo título ya sugiere la entrada a un reino desprovisto de la luz primera y limpia de la existencia.
Para ello se sirvió de un relato en gran medida autobiográfico: la primera vez que tomó el mando de un barco como capitán, en 1888. La historia se nos presenta como el itinerario de un rito de iniciación, la iniciación de un joven que tiene que tomar el mando de su propio yo, el paso que inevitablemente nos pone la vida por delante y que hay que dar, a no ser que se decida quedar ridículamente en el umbral, como Peter Pan.
Para el joven protagonista, la historia comienza con una decisión irreflexiva: decide abandonar la vida en el mar después de trabajar satisfactoriamente en un barco de vapor. Se trata de un acto de rebelión, tan propio de la primera juventud. Sólo un hecho fortuito le pondrá de nuevo en el camino de su vocación: esperando la partida del lugar donde ha trabajado hasta entonces, recibe el nombramiento como capitán de un velero, y con ello recobra su confianza y sus ilusiones románticas. El mar de nuevo le parece puro, respetuoso y seguro. Lo que no sabe es que durante su primer viaje como capitán atravesará la línea de sombra.
El joven ha de aventurarse en la soledad de la experiencia. Las circunstancias, que es como decir la vida, no se lo pondrán fácil desde el principio. Su segundo de abordo, llamado Burns, le parece una persona de mal agüero y pronto descubre el motivo: esperaba tomar el mando del barco después de que el anterior capitán muriera. Este antiguo capitán era un hombre excéntrico e impenetrable. Burns lo retrata con tintes sombríos: en lugar de gobernar el barco, se limitaba a tocar el violín a todas horas, y posiblemente desengañado de la vida del mar, arribaba sin parar a un puerto pestilente y caluroso, donde visitaba a una dama de la que estaba enamorado. El viejo capitán murió en el barco, durante una travesía, absolutamente alejado de sus funciones de mando, y al mar fue echado. Burns piensa que el capitán se vengará de quien trate de dirigir su barco.
No hay un solo elemento en el relato que haga pensar en lo sobrenatural, pero sí es cierto que desde el principio la travesía será una pesadilla. Antes de zarpar, la peste hace presa de algunos marineros, y la demora es inevitable. Impaciente, el protagonista decide partir aun sabiendo que no se ha restablecido parte de la tripulación. El capitán cifra ilusoriamente sus esperanzas en el mar por creer que la enfermedad no les seguirá hasta allí. Pero se equivoca. La tripulación quedará diezmada conforme pasen los días. La fiebre alta se apodera de todos, menos del cocinero y de él mismo, pero éste se encuentra tranquilo por cuanto espera que la quinina haga su benéfico efecto en poco tiempo. Sin embargo, la experiencia del nuevo capitán se pondrá de nuevo de manifiesto: ya en alta mar descubre que no queda quinina en el botiquín. El barco habrá de seguir su travesía sin la mano experta de sus marineros.
Mar adentro el barco permanece inmovilizado por una calma chicha y el capitán constata la presencia de un universo que se muestra impasible y enigmático ante sus problemas. El encantamiento inicial se ha convertido en un hechizo perverso. El barco parece condenado a vagar por alta mar como uno de esos buques fantasmas de los que hablan las leyendas.
El capitán, angustiado y temeroso ante unas circunstancias maléficas e imprevisibles, tendrá que cruzar solo la línea de sombra, sin ayuda de nadie. Tendrá que usar toda su habilidad frente a la amenaza oceánica, frente a una fuerza caótica y desordenada. Ese capitán es para Conrad la imagen de esa transformación que a todos nos llega en la vida. Es el tránsito de la irresponsabilidad, la inexperiencia y las ilusiones, a la exigencia, el compromiso y los desengaños. Ese barco inmovilizado en medio del mar, con su carga de enfermedad, es la metáfora de la vida. La línea de sombra es un engañoso relato marinero: Conrad nos muestra su propia experiencia en el mar para decirnos que antes que él, y después, y siempre, los seres se encontrarán jóvenes y solos, anclados con un lastre, ante una situación que tendrán que sacar adelante para convertirse en adultos.
En esta novela breve e intensa no hay una sola palabra de más, un solo personaje que sobre, todo es exacto, acabado, perfectamente concebido; es el mejor Conrad, un escritor que supo como nadie trabajar su prosa para sacarle todo su valor a una historia.
...
José Luis Alvarado Sobre "La línea de sombra"
de  Joseph Conrad

No hay comentarios:

Publicar un comentario