Mi abuela ha sido probablemente la mayor influencia que he tenido en mi vida. Más que mis padres. Más que cualquiera de mis amigos. Recuerdo estar siempre molestándola cuando era niño. Un día tuvo suficiente y me golpeó con la punta de una aguja de tejer, mientras planchaba las camisas de trabajo de mis tías. Se sentía tan mal. Dejó una huella triángular en mi brazo derecho. Usé esa cicatriz, durante años, como si fuera un tatuaje del que alardear. Me hice mayor. Ella también se hizo mayor. Luego murió. Esa fue la primera vez que fui a un funeral. Estaba tendida en el ataúd mirando a través del cristal de la vitrina donde exponen a los muertos en los tanatorios. Fue muy raro. Porque en ese momento dejé de reconocerla. Nunca más he vuelto a mirar la cara de un muerto.
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