Al llegar a su apartamento, ella vomitó tan pronto como llegó a la taza del baño. Me sentí culpable de tener una tolerancia al alcohol tan alta, porque ahora se perdió la posibilidad de poner un final feliz a esta noche. Yo estaba en un pequeño apartamento que olía como el sushi de atún que comí al mediodía. Ella se sentía avergonzada y empezó a limpiar. Me dijo que hiciese lo que quisiera, que me sirviese una copa o que pusiese música o televisión, que no tardaba nada. Se cepilló los dientes, refrescó su maquillaje y luego hizo un último intento a seducirme, pero sabía que estaba perdida, porque solo pensaba en no vomitar de nuevo. Seguía borracha. Intentaba bajarme la bragueta mientras ahogaba las arcadas. Yo respondía mensajes en mi móvil cuando finalmente se golpeó en la barbilla en un extraño intento de felación. Queremos continuar con esto otro día con un vestido nuevo y limpio. Ella me llamó un taxi y me acompañó fuera. Fue entonces cuando la tomé una foto con la aplicación en mi teléfono. Odio las despedidas largas, sobre todo si ella ha vomitado un poco antes. El taxímetro estaba corriendo. Le dí un beso en la mejilla y me deslizé dentro del coche. El conductor era de Málaga. Era uno de esos tipos habladores. Su nombre era Chali (pronunciado Charlie sin la 'r'). Él no había bebido en 4 meses y estaba a punto de decirme por qué.
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