Me llama. Está borracho. Un poco borracho; la lengua le patina, y me imagino su babosa, su estúpida sonrisa. Quiere a toda costa conseguir un gramo, medio gramo, lo que haya. Está en la casa de una chica a la que dije:
«No sé muy bien cuándo será.Pero tú y yo joderemos.»
¿De verdad lo dije? Muchas veces es así: digo, dije, algo, lo que sea, cualquier cosa,
qué más da.Oigo su voz al fondo.
«Dile que si viene o no. O cuelga.»
Supongo que estarán solos en casa. El marido fuera. Hay un tercero. Alguien que se llama Rafi.
«¿Rafi? No lo conozco.»
«¿Que no lo conoces? ¿Así que no te acuerdas, en la fiesta, la famosa fiesta, coger a un tío por el cuello y soltarle que menuda mariconada de camisa?»
No. No lo recuerdo. Yo no recuerdo nada. Pausa.
«Entonces será mejor mandarte directamente a la mierda y colgar este teléfono.»
No follarán. Él es impotente, o feo, o estrábico, o imbécil, o sabe Dios qué. En cuanto a mí, la única vez que vi sereno a aquella tipa sentí lo que se siente siempre: asco.
O más bien pena.
Roger Wolfe
(De: Arde Babilonia)
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